Por Antonio Las Heras
Las situaciones de inestabilidad, complejidad e incertidumbre aumentan día a día desde hace décadas. Sobre todo a partir del mundo globalizado. Mucha gente sufre por esto, afectándole no sólo el cuerpo con enfermedades, en especial las llamadas psicosomáticas; sino que perturba su mente quitando claridad en el pensamiento, arruinando relaciones afectivas recién iniciadas o bien otras que parecían sólidas, establecidas desde años. También, en cantidad de ocasiones causa la destrucción de la familia.
Hoy, la repentina aparición de la pandemia de coronavirus – a nivel mundial – lleva al máximo estas sensaciones de estar viviendo en pura inestabilidad e incertidumbre. Empero, corresponde preguntarse, ¿no ha sido siempre así la forma en que se desarrolló la Humanidad? ¿Hubo, en verdad, épocas de previsibilidad y certezas en relación al futuro inmediato? Vamos a analizar la cuestión.
Sucede que desde poco antes de mediados del Siglo Veinte comenzó a vivirse un estado que podríamos llamar de “previsibilidad”. Así, por ejemplo, quien ingresaba a los doce años de edad – ni bien concluía la escuela primaria – como cadete a una empresa llegaba a jubilarse – cincuenta años más tarde – como gerente de ventas en el mismo establecimiento. Proyectar un futuro seguro – tanto a mediano como a largo plazo – parecía posible. Lo mismo acontecía con las relaciones estables y duraderas de la familia. Roles claramente determinados que parecían nunca modificarse.
De esta forma, la gente se convenció que la vida humana era previsible, edificada con certezas hacia el futuro y seguridades adquiridas para siempre. Estaba instalada la idea de que la sociedad continuaría desarrollándose de ese modo tranquilo y sin sorpresas donde los imprevistos quedaban reducidos a algo insignificante. Se formó lo que llamamos una “programación psíquica” o “esquema de comprensión mental”. O sea, algo que, de ante mano, es dado por supuesto sin que haya suficientes demostraciones objetivas de tal cosa.
Esto funciona de la misma manera que cuando una persona se encuentra convencida de que “no puede”, sin siquiera haber intentado. De ante mano, “siente” la seguridad de que “no puede” hacer tal o cual cosa. Y asegura esto a quien quiera oírlo sin, siquiera, haber realizado un mínimo intento. Ello se debe a que hechos de la vida sucedidos en relación a otras personas le llevan a la creencia de que tal cosa es de “esa manera” y no de otra. Así sucedió con una forma de vida que llevada hasta hace, relativamente, poco tiempo. Era la “creencia” de que existía la vida sin mayores sobresaltos era factible. Inclusive recibió una denominación: “zona de confort.”
Pero no es así. A lo sumo puede decirse que por un lapso breve, una parte de la Humanidad pudo actuar de ese modo. Pero durante los milenios previos si algo hubo no fue ni seguridad, ni previsibilidad, ni estabilidad. Es más, si algo hay de esencial en la condición humana es su capacidad para resolver situaciones inesperadas, encontrar respuestas adecuadas para las dificultades que componen la existencia cotidiana y superar exitosamente todo tipo de adversidades. Esto ningún animal puede realizarlo, sólo los humanos tenemos esta capacidad.
El mayor privilegio humano es ser la única especie que puede despertar en la Tierra, cada mañana, y sentir satisfacción al pensar: “¡Qué nuevos desafíos venceré hoy!”. Tal capacidad creadora permite hallar respuestas a toda situación nueva o inesperada por más compleja que se presente. Si fuimos capaces de imaginarnos viajando por el espacio y, un buen día, vimos por televisión hombres caminando en la Luna, ¿cómo no vamos a tener pensamientos, ideas y la sensibilidad necesarias para solucionar nuestros problemas cotidianos que son mucho menos exigentes que viajar al espacio?
La cuestión es que son demasiados – todavía – quienes tienen su mente “mal programada”. Están imbuidos en la “creencia” de que el bienestar es asegurar el futuro. Algo que, en verdad, es de cumplimiento imposible. “Lo único inmutable es la mutación permanente que tiene lugar en todo el Universo” sentencia el Yi King. Y, Carl Gustav Jung afirmaba: “De la seguridad y el sosiego nunca surgió un conocimiento nuevo”. Las personas del Tercer Milenio debemos tener la certeza de que la única seguridad posible es la de confiar en su capacidad creadora, tanto individual como grupal, para encontrar – siempre – respuestas adecuadas en el diario desafío de vivir.
Antonio LAS HERAS es doctor en Psicología Social, magíster en Psicoanálisis, filósofo y escritor. e mail: alasheras@hotmail.com